
“Sólo para locos”: ecos de Hesse en la estepa del alma
La historia de El lobo estepario no es una historia cualquiera, porque no empieza en el papel ni acaba en el lector. Es una historia que se arrastra desde dentro, como si viniera de un páramo invisible que uno lleva en el pecho. Hermann Hesse, ese hombre cansado de iglesias, guerras y mujeres, escribió en 1927 una novela que parecía más una confesión que un relato. Y como toda confesión verdadera, no pide perdón: busca espejo.
Allí está Harry Haller, el hombre que camina solo por una ciudad que podría ser cualquiera, pero que tiene el olor agrio de la desilusión. Un ser escindido entre el lobo y el hombre, como si su alma estuviera partida en dos mitades que se aborrecen. Vive en una buhardilla alquilada, con libros apilados como defensas inútiles, y contempla con una mezcla de rencor y espanto el mundo que lo rodea. Su desesperación no es grandilocuente. Es sorda. Cotidiana. El suicidio le ronda, no como un relámpago, sino como la humedad que pudre sin hacer ruido.
Hesse no inventa a Harry. Lo parió después de haber dormido con la muerte en su cama: la esquizofrenia de su esposa, la enfermedad de su hijo, la caída de Europa. De ahí salió un libro que no se lee: se atraviesa. La novela es un manuscrito encontrado, una botella lanzada al mar de los cuerdos. “Sólo para locos”, dice la tapa. Y en esa frase está la trampa: todos somos un poco locos si alguna vez hemos sentido que el alma se nos resquebraja.
Pero Hesse no nos deja en la grieta. Nos lleva, como quien guía a un moribundo, a conocer a Hermine. Mujer que no es mujer, sino espejo. Le enseña a Harry a bailar, a reírse de sí mismo, a besar sin culpa, a entrar al “Teatro Mágico”, ese sitio donde la realidad se disuelve como el azúcar en el café. Allí, Haller atraviesa puertas como si atravesara heridas. Se encuentra con Pablo, el saxofonista, que habla poco pero toca mucho. Y con Mozart, que lo reta, que lo obliga a mirar su miseria sin solemnidad. “Aprende a reír”, le dice.
El final no es feliz. Pero es verdadero. Harry apuñala a Hermine en un gesto que es metáfora y es culpa. En el fondo, no puede amar sin destruir. Pero al hacerlo comprende. No se redime: se reconoce. Porque en el universo de Hesse, el dolor no se cura, se acepta. No hay moraleja ni salvación, sólo una lucidez que llega como un relámpago entre la niebla.
El lobo estepario fue malentendido, dijo su autor. Tal vez porque no era una novela para entender, sino para sentir en carne viva. Un grito que aún hoy, entre tanto ruido, se escucha como si fuera nuestro. Porque lo es. Porque el lobo y el hombre caminan juntos en todos nosotros. Sólo para locos. Sólo para humanos.