
“Pecadores”: vampiros, blues y heridas abiertas en el sur de EE.UU.
Con Pecadores (Sinners), Ryan Coogler abandona los grandes estudios y regresa al cine de autor con una apuesta tan arriesgada como vibrante. Esta nueva cinta, una fábula vampírica afroamericana ambientada en el Mississippi profundo, combina elementos del western, el horror gótico, el musical y el drama histórico, y lo hace con una potencia visual y simbólica que la convierten en una experiencia cinematográfica singular.
Protagonizada por Michael B. Jordan en un doble papel como los hermanos Smoke y Stack, antiguos soldados y criminales, la historia sigue su regreso al sur con el objetivo de abrir una cantina. Junto a ellos viaja Sammie, un joven prodigio del blues interpretado por el debutante Miles Caton, cuya guitarra será tanto arma como invocación. En esa encrucijada simbólica —literal y figurada— donde se dice que se vende el alma al diablo, la película instala su conflicto: el vampirismo no es solo una maldición sobrenatural, sino una alegoría del racismo, la apropiación cultural y la historia no contada de la música afroamericana.
Coogler construye su narrativa sobre múltiples capas. La cantina, ubicada sobre un antiguo aserradero esclavista, se transforma en un espacio donde pasado, presente y futuro coexisten durante una noche frenética. La secuencia en que Sammie convoca con su música a los espíritus de generaciones pasadas es uno de los momentos más impactantes del filme, ya que reconoce toda la historia negra de Estados Unidos a través de su música.
La cinta, filmada en 65 mm con cámaras IMAX, es visualmente deslumbrante, aunque por momentos se vuelve emocionalmente distante. Los excesos formales no siempre juegan a su favor y la duración —más de dos horas— puede debilitar el ritmo. Además, la película vacila entre dos focos narrativos: la tensión fraternal de Smoke y Stack y el viaje espiritual de Sammie.
El reparto secundario, que incluye a Delroy Lindo, Wunmi Mosaku y un cameo final del legendario Buddy Guy, enriquece la propuesta. La música, compuesta por Ludwig Göransson, es un cruce feroz de géneros que encapsula siglos de resistencia cultural.
Pecadores no es perfecta, pero sí poderosa. Coogler firma una obra que incomoda, emociona y plantea preguntas urgentes. En una industria que rara vez arriesga, este film es un acto de fe que sangra, grita y canta con el alma.