
California era mujer
Hubo una década —los 60— donde nadie la pasaba mejor que Eve Babitz.
Hija de un respetado musicólogo y de una madre artista cuya belleza era legendaria, desde la cuna parecía que Babitz tenía una buena estrella. Una que sabía colocarla en el lugar correcto y con las personas correctas: Bernard Herrmann y Thomas Mann eran amigos de su familia. Marcel Duchamp le dio una primera muestra de inmortalidad al dejarse fotografiar junto a ella —desnuda, jugando ajedrez— en 1963.
A partir de ahí, y ya en plena efervescencia contracultural, Babitz se convirtió no solo en amante/musa de Harrison Ford, Jim Morrison, Steve Martin (y siguen las firmas), sino también en una destacada diseñadora gráfica: su trabajo puede apreciarse en discos de artistas como Leon Russell y Buffalo Springfield. Era habitual en las grandes fiestas de Los Ángeles, casi siempre al lado de su mejor amiga/enemiga Joan Didion, mientras escribía crónicas para Rolling Stone, Village Voice y Vogue. Ahí relataba el esplendor del paraíso hippie con un estilo mordaz y lírico que la convirtió en una de las cronistas esenciales de esa época.
Porque además —y por si fuera poco— Babitz sabía escribir. Y vaya que sabía.
Si bien sus últimos años no estuvieron a la altura de la leyenda que había forjado —un accidente en 1997 la desfiguró al grado de recluirse de la vida pública hasta su muerte por cáncer en 2010—, su obra siguió siendo admirada tanto por Emma Stone y Kendall Jenner como por Tom Wolfe y Joseph Heller. En sus siete libros (recientemente reeditados por la justiciera New York Review of Books), se puede encontrar una escritura a medio camino entre Marcel Proust y Sex & the City: alta literatura y justa radiografía del esplendor americano antes del caos.
Cualquiera que quiera pertenecer al culto Babitz está de suerte. Justamente es en el recién traducido Días lentos, malas compañías (Ed. Colectivo Bruxista, 2025) donde uno tiene la mejor puerta de entrada al universo de Eve: crónicas y confesiones que nos devuelven a esa época dorada, donde el humor y la ironía conviven con el alivio zen de alguien que lo (sobre)vivió.
Y después se sentó a escribirlo.
Para volverlo inmortal.
¿Qué escuchar?
Lisérgicos, contestatarios e injustamente olvidados, Jefferson Airplane fue una de las agrupaciones que mejor supo musicalizar la California revolucionaria. Comandados por la dupla/pareja de Paul Kantner y Grace Slick —dueña de una de las mejores voces que haya dado la música—, este “aeroplano” despegó en 1967 con el esencial Surrealistic Pillow.
Temas como White Rabbit (inspirado en Alicia en el país de las maravillas) y Somebody to Love fueron punta de lanza de un álbum que, más que un mero disco, es toda una experiencia: un viaje sónico directo a esos años sesenta donde todo era posible y el arte, la mejor arma para rebelarse.
Imperdible.