Entre suburbios y sueños rotos
Maldito entre los malditos, el Norteamericano John Cheever (1912-1982) supo amalgamar a la perfección la luz y la sombra del llamado sueño Americano: alcohólico impenitente, bisexual reprimido, experto torturador de familia y amigos, resentido hacia sus tótems así cómo celoso del éxito de sus pares (legendaria su relación amor/odio con John Updike, Truman Capote, Harold Brodkey y cualquiera osara en recibir premios y espacios en el New Yorker, tal cómo se puede leer en la muy chismosa y deslumbrante Cheever: Una vida (2009) del hoy cancelado Blake Bailey), celo que ni siquiera el reconocimiento tardío al hermanar Pulitzer y National Book Award con la recopilación Cuentos (1978) pudo calmar.
Y hoy uno puede visitar esa obra, de la cual han bebido nombres cómo la sublime Mad Men y autores cómo Ottessa Moshfegh Jonathan Frazen, Jeffrey Eugenides, Adam Hasslett y cualquier escritor que busque retratar la disfuncionalidad de la familia americana (y, ya se sabe, la familia es la base de la sociedad…), en justamente esos Cuentos, quizá uno de los libros esenciales a la hora de entender la maravilla que puede ser la literatura: ahí están El marido rural (Que incluso el pedante Vladimir Nabokov reconoció cómo cumbre), la inteligente y mortífera reinvención del cuento de fantasmas en Canción de amor no correspondido (Dueña de la más Fatale entre las Femme Fatale), el drama familiar cómo apocalipsis olvidable a la mañana siguiente de Adiós, hermano mío, la amenaza paranormal y adictiva de El enorme radio y la pesadilla surrealista de El nadador integrando 61 cuentos magistrales que más que leerse cómo simples historias se entienden cómo una especie de tríptico/muestrario sobre los horrores que subyacen detrás de las perfectas apariencias de los suburbios.
Los blues detrás de el sueño americano, donde muchos palpitan.
Pero no todos conservan su alma.
Y pocas veces se han leído mejor.
¿Qué escuchar?
Y delante del infierno privado, la calma apacible, de postal, de jardines siempre verdes y noches de arrullo de grillos.
De Neighborhoods (1975) de Ernest Hood.
Rareza limitada en su primera tirada a 1000 copias, creada por un músico de jazz y víctima del polio, Neighborhoods supo conocer el redescubrimiento a una nueva generación para coronarse cómo una de las obras esenciales del ambient, un disco que cómo pocos retratan la cara bucólica de la vida americana, a lo largo de ocho canciones donde la noche y el barrio conviven creando un Edén sonoro imperdible donde parece se nos invita a contemplar una dicha que ni Hood ni Cheever obtuvieron.
Una obra para soñar, con los ojos y oidos abiertos.