
José Agustín y la llama que nunca se consume
Una edición conmemorativa despliega ante el lector una experiencia sensorial e íntima: Se está haciendo tarde (Final en laguna), acompañada de un tesoro personal: retratos familiares, vestigios memorables, textos íntimos de sus hijos —Andrés y José Agustín Ramírez—, la evocadora voz de su sobrina Yolanda de la Torre, y semblanzas lúcidas de Mauricio Bares, Fernanda Melchor, Iván Farías y un ensayo brillante de Hernán Lara Zavala. Juntos, componen un coro que celebra una obra en todo su resplandor, sin cautelas ni remilgos.
En su estudio, Lara Zavala señala que esta novela representa la madurez creadora de José Agustín: en ella despliega una agilidad verbal extraordinaria, un oído exquisito y una libertad espiritual sin reservas. Aquí, el autor dialoga con los experimentadores de la generación Beat —Kerouac, Burroughs—, y con audacia imita ecos de Nabokov o Joyce por sus monólogos interiores y jocosos juegos lingüísticos. Es una novela arriesgada, innovadora, sin parangón en nuestra tradición narrativa, en la que el humor grotesco y el pathos coinciden sin contradicción.
“El descenso a los infiernos”, como lo describe Lara Zavala, ocurre bajo el sol letal de Acapulco, con la danza profana del alcohol, las drogas, el sexo y el rock. Los personajes —un dealer de aire despreocupado, un lector de tarot inseguro, una mujer que desafía límites— se deslizan entre la nihilidad y el éxtasis, mientras el lenguaje se convierte en instrumento de identidad, de comunión, de revelación.
No hay cama más cómoda que el habla de sus personajes: el argot urbano, la ironía afilada, el humor corrosivo. Las conversaciones son vivas, auténticas, hondas. A veces provocan fricción en aquellos no familiarizados con el argot, mas precisamente por eso logran acercarnos al núcleo de una experiencia generacional, a esa conciencia juvenil que se niega a encorsetarse. El diálogo es territorio psicológico donde se precipitan la euforia, la inseguridad y la desnudez emocional.
El subtítulo “Final en laguna” alude al momento en que el vértigo se detiene y aflora una pausa: intranquila, nostálgica, casi litúrgica. En esa quietud, el lenguaje adquiere otra tonalidad: introspectiva, vulnerable, reveladora. Es uno de esos finales que perforan el corazón del lector con la mezcla de esperanza y pérdida que late en toda juventud consciente de su efímera belleza.
Lo admirable es que José Agustín no teme profanar el canon. Su obra irrumpe con vocación de fragmentación, de sarcasmo, de improvisación controlada. Su prosa “se ve al espejo”, pero sin dejar de ser prosa: estructura malabarística que seduce por su audacia y su sabor urbano, aquello que algunos llamarían “pop vulgar”, aunque aquí adquiere la categoría de lenguage ritual, de conjuro generacional.
Se está haciendo tarde es, en suma, un rito verbal que reúne lo lúdico y lo serio, lo profano y lo sacramental. Una novela que, sin buscarlo, redefinió lo que era posible desde el habla juvenil, desde la contracultura y desde la invocación literaria. Releerla es asomarse a una zona de insubordinación cargada de belleza; descubrir que acaso lo impuro es lo más auténtico, que lo irreverente puede ser portador de luz. Y entender que, más allá de su humor desafiante, esa novela late con la urgencia de vivir, de sentir, y de nombrar sin tapujos lo que otros callaron.