Herbert Huncke, el “famoso”
Herbert Huncke, fue una figura menos conocida pero profundamente influyente en el núcleo de la Generación Beat. Encarnó un espíritu inquieto y auténtico que marcó el pulso de la contracultura estadounidense del siglo XX. Tuvo una vida llena, excesos, metió a su cuerpo tantas sustancias nocivas que podrían ponerlo en cuarentena. Pero de todas las drogas, la única que no probó del todo, fue el amor. Al menos el amor familiar, porque sus amigos siempre vieron por él, y lo mantuvieron de forma desinteresada hasta el fin de sus días.
Nació en 1915. Tras abandonar la escuela secundaria, inició su vida de Errante. De Greenfield, Massachusetts, y de tren en tren, se adentró a lo más profundo de la pobreza. Cayó hasta lo más bajo. Nomada, drogadicto, sin un techo o sábanas calientes. Preso de su mente, nadie pensaría que él sería amigo de todos ellos, y que a día de hoy, estaríamos hablando de lo que pareciera ser, un simple vagabundo.
Nueva York: el epicentro de su narrativa
En 1939, Huncke llegó a Nueva York haciendo autostop. Su primer destino fue Times Square, donde rápidamente se ganó el apodo de “el alcalde de la calle 42”. En este enclave lleno de prostitutas, marineros y personajes de lo más fenómeno, Huncke encontró un hogar y un coloquio de historias. La vida (porque así es la vida) lo llevó a cruzarse con Allen Ginsberg, Jack Kerouac y William S. Burroughs, quienes más tarde lo inmortalizarían en sus obras, gracias a que su jerga, su aspecto, y su mente, eran la definición de anecdótico. Huncke inspiró el término “Beat”, que describía el cansancio y la derrota de vivir al margen, una idea que Kerouac reinterpretó como “beatificación”, para reivindicar la espiritualidad del movimiento.
Un narrador nato y una vida de excesos
Huncke era un narrador visceral. Sus historias de las calles, la cárcel y la adicción eran crudas; eran humanas. Publicó su primera obra, Huncke’s Journal, en 1965, alentado por amigos como Diane DiPrima y Ginsberg. Aunque su éxito fue modesto, su autenticidad lo consolidó como un referente de la narrativa Beat.
A lo largo de su vida, Huncke estuvo marcado por su relación con las drogas, desde su consumo en las calles hasta su participación como sujeto en estudios sexuales de Alfred Kinsey. Fue arrestado en múltiples ocasiones, incluso junto con Ginsberg y otros amigos. Pero su tiempo en prisión no solo alimentó su perspectiva cínica sobre la vida, sino que también le ofreció material para sus escritos.
Influencias y legado
Fue amigo de músicos de jazz como Billie Holiday y Charlie Parker. También incursionó en el cine, participando en documentales sobre los Beats y protagonizando un papel en The Burning Ghat.
En sus últimos años, Huncke encontró un refugio en el Hotel Chelsea, apoyado financieramente por amigos y figuras como Jerry García de The Grateful Dead. Murió en 1996 a los 81 años, dejando su rostro en muchas de las historias de estos narradores de lo ácido.
La voz de los olvidados
Huncke nunca buscó la fama. Su vida y su obra se centraron en los “golpeados hasta los calcetines”, como él mismo decía. Su autobiografía, Guilty of Everything, es un testimonio brutalmente honesto de una vida vivida al límite. Para Huncke, cada página era una confesión y una celebración de las imperfecciones humanas.
Hoy, su legado vive en las calles que lo inspiraron y en las palabras que inmortalizaron su espíritu. Huncke fue más que un personaje de la Generación Beat; fue su conciencia, su crónica y su humanidad.