
Krasznahorkai: apocalipsis, belleza y obsesión en la prosa europea
Gyula. Hungría. 1954. Cerca de Rumania, fronteras húmedas, historia de invasiones y padres sobrevivientes al horror nazi. Allí nació László Krasznahorkai, un niño que crecería entre sombras y lluvias interminables, respirando decadencia como se respira humo de cigarro en un callejón. Su primera novela, Tango satánico, publicó un espejo oscuro sobre pueblos húngaros mojados, personajes que buscan huir, agarrándose a la esperanza como si fuese un fragmento de alma enmohecida. Europa lo recibió, no con abrazos, sino con un estremecimiento: una voz nueva, apocalíptica, que no perdona y que observa la miseria con ojo quirúrgico.

Después vino La melancolía de la resistencia, traducción tardía al español en 2011, pero no importa el tiempo. Lo que importa es la obsesión, la escritura como un solo aliento, como una respiración que no cesa, frases interminables que retuercen la moral y el pensamiento. Béla Tarr, cineasta húngaro y amigo, llevó esas palabras a la pantalla; largos planos fijos de lluvia, de decadencia, de seres marginales que caminan sin destino, borrachos, fantasmas en un mundo que no los espera.
En 2024, Herscht 07769 emergió como monstruo de una sola frase, obra maestra que recibió el Premio Formentor. Alemania, Turingia, pequeños pueblos contemporáneos sacudidos por anarquía, asesinatos, incendios, el malestar social visto a través de los ojos de un narrador que no respira pausas. La Academia Sueca reconoció la combinación imposible: violencia y belleza, terror y legado de Bach, respirando juntos en un solo aliento literario.

Académicos y críticos lo comparan con Beckett, Bernhard, incluso con Tarkovski: personajes que esperan, que vagan, que no pertenecen, vidas al borde del abismo. Villagómez recuerda a Humbert, a Nietzsche, a caballos golpeados, a la fascinación por lo marginal, la obsesión por el detalle. Y Santibáñez añade: miedo, soledad, fuerzas oscuras que nadie controla, pero que Krasznahorkai dibuja con precisión extrema, con belleza incómoda, con estilo que exige atención y devora al lector, un bisturí que abre la carne del mundo contemporáneo.
Premios, traducciones, reconocimiento. La obra de Krasznahorkai no es lectura de playa ni pasatiempo amable. Es exploración obsesiva, un mapa de la desesperanza y la lucidez. Es un flujo de conciencia que salta de tema a tema, sin puntos ni comas, caos ordenado, una danza de cadáveres y música barroca que se siente real, que late. La literatura aquí no consuela; golpea, estremece y persiste.
El Nobel confirma que la literatura sigue siendo refugio, que la lucidez convive con la oscuridad, que los márgenes de Europa esconden voces que no callan. Entre la devastación y la esperanza, entre el fuego y la lluvia, László Krasznahorkai nos recuerda que la verdad —no el consuelo— sigue siendo la última frontera del arte.
