Para leer … escuchando jazz

La metamorfosis según el diván: Kafka entre el monstruo, el bebé y el inconsciente

Cuando uno se acerca a La metamorfosis, suele quedarse con la escena clásica: Gregor Samsa convertido en insecto. Horror, asco, angustia. Pero detrás de esa superficie —tan literaria, tan kafkiana— hay una madeja psicoanalítica que merece su propio diagnóstico. Y no es cualquier lectura: parte de la idea freudiana de que todo discurso esconde metáforas, fantasías, defensas y, por supuesto, deseos reprimidos. Kafka, sin decirlo, parece escribir no sólo un cuento, sino un expediente clínico.

El análisis arranca con una confesión curiosa: lo que atrajo al autor del estudio hacia Kafka fue el título mismo, “La metamorfosis”. La promesa de una transformación, casi un sueño. Esa intuición estructural —la metáfora como arquitectura del discurso— termina siendo, según reconoce, una defensa involuntaria ante un relato que inquieta más de lo que parece. La estructura como escudo; una manera elegante de mirar la obra sin quedar atrapado en su crudeza emocional.

Pero conforme avanza la lectura analítica, emerge algo más: un retorno a la infancia. Kafka describe a un Gregor que no puede levantarse, que rueda sobre su espalda, que encuentra sus piernas “lamentablemente delgadas”. Su movilidad —o la falta de ella— recuerda la de un bebé que gatea, un argumento reforzado por la insistencia del verbo kriechen (“arrastrarse”, “reptar”). La regresión no es anecdótica: permite comprender el desconcierto, la dependencia y la vulnerabilidad del personaje.

A esto se le suma otra dimensión simbólica: la puerta. O mejor dicho, las puertas. Pocas palabras aparecen con tanta frecuencia en el texto. La puerta que se cierra, la puerta que se traba, la puerta que separa al mundo “normal” de Gregor-el-animal. Es la frontera entre el consciente y el inconsciente, entre el hogar y el encierro afectivo, entre el sujeto que desea y la familia que teme. Cada vez que la familia clausura la puerta, no sólo aíslan al monstruo: fijan el límite del vínculo.

Sin embargo, el análisis no se detiene ahí. Entre los pliegues del texto surge una fantasía más profunda: la relación con la diferencia sexual y la “solución” fantaseada ante el temor de castración. La famosa imagen de la mujer con abrigo y manguito de piel, que Gregor ha recortado de una revista, aparece como un símbolo de lo oculto, de la ausencia, de lo que se cubre para no verse. La manta que está por deslizarse en la primera escena también entra en esta lectura: lo velado y lo revelado, lo que provoca deseo y, al mismo tiempo, angustia.

El resultado es provocador: La metamorfosis no sólo representaría la sensación de ser monstruoso ante los otros —algo que Kafka conocía íntimamente—, sino también un conflicto entre el deseo infantil, la identidad sexual y el miedo a mostrarse. El monstruo es niño, mujer, hombre y animal; una identidad fracturada que intenta recuperar una posición en un mundo que ya no entiende.

Kafka, sin proponérselo explícitamente, terminó ofreciendo el retrato de un sujeto atrapado entre puertas, símbolos y fantasías. Uno que arrastra el peso de su cuerpo —y de su inconsciente— mientras la familia decide si abre o no el cerrojo.

Related Articles

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *