
Norman Rush: Sin prisa.
La obra de Norman Rush (Nacido en 1933 en San Francisco y alguna vez director de los Peace Corps en Africa de 1978 a 1984) es peculiar desde el vamos: habiendo debutado a los 53 años con el libro de cuentos Whites (De 1986 y nominado a un Pulitzer que fue a parar a manos de Peter Taylor y sus pesadillas suburbanas, tan lejanas de estas historias con Bostwana cómo telón de fondo), la obra de Rush comprende apenas 4 libros en más de 45 años.
Y todos son obras maestras.
Novelas de ideas, donde la trama es secundaria ante un estilo donde la argumentación se antepone a la acción girando en ejes sumamente reconocibles para aquellos que decidan adentrarse a una obra distinta a o habitual: Aquí lo importante no es tanto lo que se cuenta sino el cómo se cuenta, cabiendo todo en sus páginas y en esos personajes que son más pretextos para mostrar un estilo único: argumentaciones dialécticas, largos párrafos donde el monologo se convierte en obsesión por probar un punto-que puede ir desde la tensión entre el odio y el amor hasta la práctica de la medicina en África, sin por ello aburrir en lo más mínimo-, las diferencias entre hombres y mujeres, el ser extranjero cómo condición y, sobre todo, la geopolítica trasladada también al territorio del corazón.
Y es en la esencial Mating (1991 y ganadora del National Book Award) donde ese estilo se consuma para crear una de las obras mayores de la literatura del siglo XX; lo que aquí se narra es la historia de una antropóloga primero intrigada y después enamorada de un tal Nelson Denoon, intelectual, enigmático, probable fundador de una utopía en el remoto Kalahari y quizá único hombre que considera a la altura de su genio. Y en voz de una protagonista a la altura de Emma Bovary y Anna Karenina, somos testigos de una comedia intelectual donde el amor es debatido, deformado y sobreanalizado en una trama donde se piensa mucho, se dice más y sólo se actúa cuando se es necesario mientras nosotros, maravillados, sonreímos ante una historia que aún cuando ocurre del otro lado del mundo no deja de sentirse como una historia ya vivida.
Y sobrevivida.
Y nunca un apellido ha sido tan antagónico con su autor.
He aquí una obra para saborearse. Sin prisas.
¿Qué escuchar?
En 1985, Paul Simon era alguien venía de fracasar tres veces:
• En lo amistoso (Su relación con su otrora compinche Art Garfunkel se había convertido en un duelo de egos)
• En lo marital (Su matrimonio con la actriz Carrie Fisher había colapsado en medio de excesos y dimes y diretes)
• Y , last but not least, en lo comercial (Su disco Heart & Bones de 1977, hoy obra maestra divorcista, se había convertido en su primer fracaso en ventas, sobre todo si lo comparamos con lo hecho en Simon & Garfunkel y en esa multpremiada y sublime corrida antecesora, integrada por esas obras maestras de lo folk, el rock y la confesión que son Paul Simon y Still Crazy After All These Years)
Era obvio Simon necesitaba un descanso.
Y alejándose de todos, hasta de si mismo, alumbró una obra maestra.
Grabado en Sudáfrica en tiempos del apartheid y creador de lo World Music antes de que el termino se convirtiera en algo tan gastado por usado, Graceland (1986) es una obra mayor por donde se le vea: grabada con músicos locales, ganadora del Grammy a mejor álbum del año, mezcla de pop, ritmos latinos y africanos así cómo de grabación polémica, Graceland nos narra la historia de un hombre que encuentra su libertad en el amor por la música, por una tradición no peleada con lo nuevo, tal y cómo podemos escuchar en joyas cómo Boy in the bubble, Diamonds on the soles of her shoes y el éxito You can call me Al, canciones cálidas, que suenan como un abrazo.
El que Paul Simon sin duda necesitaba.
Y que, en su lugar el dio al mundo.