
Cécile McLorin Salvant: De todos lados un poco
En el mundo del jazz, donde las notas parecen flotar como copas de champaña en una noche interminable, surge una figura cuya voz evoca tanto el misterio como la claridad de una luna reflejada en un río oscuro. Cécile McLorin Salvant, nacida en 1989 en Miami, ha tejido con hilos de tradición y rebeldía una carrera que recuerda a las épocas en que el jazz vestía de gala y los clubes eran templos de humo y murmullos.
Hija de un médico haitiano y de una madre francesa —fundadora de una escuela de inmersión en su idioma natal—, Cécile creció con el mundo entero en sus oídos. A los cinco años, sus dedos recorrían las teclas del piano clásico, y su voz ya se entrenaba en la Sociedad Coral de Miami. En esos años, un breve capítulo en Buenos Aires le regaló un castellano impecable, tan pulido como sus interpretaciones posteriores.
El destino, con su gusto por los giros dramáticos, la llevó en 2007 a Aix-en-Provence, Francia, donde estudió Derecho y música vocal clásica y barroca en el Conservatorio Darius Milhaud. Allí, bajo la guía de Jean-François Bonnel, se adentró en los secretos de la improvisación y descubrió en el jazz un terreno fértil para su sensibilidad. Sus primeras presentaciones fueron un delicado experimento de décadas pasadas: canciones de los años diez, baladas olvidadas, letras que parecían polvorientas hasta que su voz las limpiaba con un soplo.
En 2010, con apenas 21 años, ganó el Concurso Internacional de Jazz Thelonious Monk, un logro que no solo le otorgó prestigio, sino también un contrato con Mack Avenue Records. Poco después, su álbum debut, Cécile, dejó claro que había llegado una artista con una brújula propia. WomanChild (2013) y For One to Love (2015) confirmaron que su elegancia no era un accidente: en este último, se permitió explorar la fuerza femenina, uniendo composiciones propias con estándares que parecían transformados al pasar por su registro.
Su éxito resonó tanto en Europa como en Estados Unidos, y su voz se alzó en escenarios legendarios: el Ronnie Scott’s de Londres, con sus paredes que han escuchado a Miles Davis y Sarah Vaughan; el Festival de Jazz de Newport, donde las leyendas se eternizan en aplausos salados por la brisa del Atlántico. En cada uno de estos lugares, Cécile parecía no solo cantar, sino conversar con los fantasmas que habitan las tablas.
Aunque sus influencias —Sarah Vaughan, Billie Holiday, Bessie Smith, Betty Carter— son evidentes, Cécile ha creado un estilo propio que mezcla jazz, blues, folk y teatro musical. Compone en francés, inglés y español, y su repertorio rehúye lo obvio. Prefiere las joyas escondidas, aquellas melodías que, como las mejores historias, revelan su belleza a quien se detiene a escuchar.
En un tiempo donde el ruido pretende imponerse a la música, la voz de Cécile McLorin Salvant es un recordatorio de que la verdadera elegancia no pasa de moda. Es el eco de una era dorada que nunca existió del todo, pero que, gracias a ella, sentimos como si la hubiéramos vivido.