
Gato Barbieri jazz argentino y el mundo
Rosario, Roma, París, un saxofonista que camina entre sombras y luces, que respira con la ciudad y sus calles, con los bares y los estudios de grabación, que escucha lo que otros no oyen. Gato Barbieri, le dicen, y es más que un nombre, es un espíritu que se desliza entre el tango, el folclore andino y la modernidad del jazz norteamericano. Rollins, Dexter Gordon, Chet Baker, todos miran desde sus discos y él los atraviesa con ojos de gato y un saxo que ruge, que llora, que se agazapa y se lanza al vacío.

En Último tango en París, la película, su música es un viaje nocturno, un río de notas que se mezclan con la ciudad y la nostalgia, y que luego se transforma en Third World, donde los charangos, quenas y sikus se cuelan en el jazz como llamas en un incendio de emociones. Barbieri no conoce fronteras: cruza cordilleras, barre prejuicios, convierte el folclore en groove universal, un swing criollo, andino, latinoamericano.
Sergio Pujol lo descubrió, lo narró, lo retrató sin mitologías, sin clichés, solo con la verdad de la música y la memoria. Sus cinco años de investigación nos devuelven a un Gato que no se conforma con ser una cara famosa, un ícono de banda sonora; que toca con Don Cherry antes de girar hacia lo latino y tercermundista, que graba con Impulse! Records y sobrevive para contarlo.

Italia lo vio nacer otra vez, entre hambre y fiestas que parecían imposibles, entre Michelle y un cucurucho como cena. Allí Barbieri redefine el jazz: no es negro, no es estadounidense, no es solo argentino, es todo a la vez. Es un gato que juega en las ligas mayores, que corta con el pasado, que improvisa, que se reinventa.
Y en cada disco, en cada aventura, en cada nota, queda la sensación de lo imposible: la modernidad del sur abrazando lo ancestral, lo urbano y lo folclórico, lo íntimo y lo épico. Antes que Divididos, antes que cualquier otro, Barbieri había convertido tangos y zambas en jazz, había hecho del continente un mapa de melodías.

Su caída artística, su desencanto político, la crítica que lo subestimó, nada borró la fuerza de su visión: un continente musical, un mundo de sonidos que se cruzan y dialogan. Desde El pampero hasta Chapter 1 y 2, su legado es un mosaico de improvisación, coherencia y audacia.
Hoy, leer a Pujol es escuchar de nuevo a Barbieri, es viajar con su saxofón entre cordilleras y bares, entre Italia y Argentina, entre la soledad y la multitud, entre la modernidad y la raíz. Es darse cuenta de que el Gato nunca tuvo una sola vida, sino tantas como notas, discos y revoluciones musicales dejó en su camino.