
Snarky Puppy: El latido eléctrico de una tribu global
La noche estalló sin previo aviso. Un bajo líquido flotó en el vientre de la tierra texana y parió un animal que no conoce jaulas: Snarky Puppy, esa horda sonora de cuerpos en combustión, nació en Denton en 2004 no por el destino, sino por el fracaso, según lo dice su demiurgo Michael League. Él, rechazado por los ensambles de su universidad, inventó su propio laboratorio del caos para tocar lo que nadie pedía pero todos necesitaban.
Desde entonces, Snarky Puppy no es banda: es una red en expansión, una ciudad nómada de improvisadores. Son más de cuarenta almas que se han turnado el instrumento y la ruta, construyendo una bestia modular que se estira como un solo de sintetizador y golpea como funk en llamas. Cada integrante aporta el eco de otras galaxias: Erykah Badu, Snoop Dogg, David Crosby, Roy Hargrove. No tocan jazz: diseccionan al jazz, lo funden con el funk, el rock, el groove tribal, y lo rearman como un dios biónico en zapatillas.
Sus discos no se grabaron: sucedieron. We Like It Here nació en una comuna artística holandesa como un experimento vivo. Sylva se trepó a las listas de Billboard como si los árboles orquestaran. Culcha Vulcha y Empire Central (grabado en Dallas, en pleno corazón del calor eléctrico) trajeron Grammys, sí, pero también invocaron la forma contemporánea del ritual sonoro: el groove como religión, la jam session como lenguaje universal.
El secreto no está en la partitura, sino en la piel colectiva. Snarky Puppy es “la Fam”, no en el sentido de camaradería, sino de mutación afectiva. Si uno falta, otro entra. No hay reemplazos, hay transformaciones. Así, cada nuevo integrante derrama su visión, y el ADN del grupo se reescribe sin que nadie olvide el origen. Es un jazz sin dogma, sin fronteras, sin arrogancia académica. Un jazz de calle, de escenario, de estudio comunitario.
Fundaron GroundUP Music, su propio refugio editorial, un sello de resistencia para artistas que quieren decir algo sin filtros corporativos. Y no contentos con eso, crearon su propio festival —el GroundUP Music Festival— como un faro hedonista frente al mar de Miami, donde suenan desde Béla Fleck hasta Esperanza Spalding, pasando por Christian Scott y Knower.
Y cuando parece que el vértigo cesa, la noticia golpea: Shaun Martin, ese profeta del talkbox, cae en 2024. Pero la tribu sigue, ahora con Nikki Glaspie al timón de la batería. Porque Snarky Puppy no muere: se transforma.
Ginsberg lo habría gritado bajo el pulso de un teclado Moog:
“He visto las mejores mentes de mi generación fundirse al compás de un bajo eléctrico, buscando redención en la síncopa salvaje de una Puppy que no ladra, sino que ruge en clave de groove.”