
Sun Ra: el profeta de Saturno
Nació en Alabama, 1914. Herman Sonny Blount. El chico solitario que aprendió música sin maestro, anotando signos en papel mientras otros jugaban en la calle. Decía que lo habían abducido, que Saturno le habló y le dio la misión: usar el jazz para salvar a la humanidad. Años después cambió su nombre. Sun Ra. Identidad nueva. Documento oficial con firma y todo.

Chicago, años cuarenta: clubes sudorosos, humo de cigarro, putas en la barra, tipos armados custodiando las puertas. Tocó con Fletcher Henderson. Pianista, arreglista, sobreviviente de la noche. Formó tríos, cuartetos, pequeños grupos que tocaban en Calumet City, zona roja, casinos, whisky barato. Ahí comenzó el experimento.
La nave despegó en los cincuenta. La Sun Ra Arkestra. Hombres disfrazados de faraones eléctricos, túnicas brillantes, saxofones que sonaban como alarmas nucleares. Mezcla de bop, free, percusiones tribales, ruido de sintetizadores primitivos. La gente no sabía si estaba frente a un concierto o un culto. Era ambas cosas.

Nueva York, 1961. El colectivo vivía en comunas. Reglas estrictas: nada de drogas, nada de alcohol, nada de mujeres. Sun Ra como profeta paranoico, vigilando a sus músicos como si fueran soldados de otra guerra. Tocaban en cualquier sótano que les abriera la puerta. Grababan en Saturn Records, discos vendidos de mano en mano, como panfletos revolucionarios. Improvisaciones brutales, ensambles de catorce músicos, bailarinas, comefuegos. Free jazz empujado al límite hasta parecer un accidente industrial.
Europa, Egipto, los setenta. Giras interminables. En El Cairo grabaron discos que suenan a ritual de resurrección. Filadelfia como base de operaciones. Su música viró a lo eléctrico, contaminada de acid jazz, funk, electricidad desbordada. Sun Ra reescribía clásicos de Duke Ellington como si fueran mensajes cifrados.

En los ochenta se volvió más accesible, dicen. Versiones de Disney. Conciertos para un público que al fin lo buscaba. Pero debajo seguía la misma estructura: una secta cósmica disfrazada de big band. Europa lo aplaudía más que su propio país. En Estados Unidos seguía siendo un marginal.
1991: embolia. El lado izquierdo de su cuerpo paralizado. Seguía tocando con la mano derecha, como un herido de guerra aferrado al arma. 1993: segunda embolia. Muere en Birmingham, la ciudad donde todo empezó.

La Arkestra siguió viva. John Gilmore primero, luego Marshall Allen. Viejos soldados sosteniendo la misión del gurú muerto. Aún hoy tocan, vestidos de colores imposibles, predicando la religión del espacio.
Su legado es un arsenal de discos: Sound of Joy, The Nubians of Plutonia, The Heliocentric Worlds, Space Is the Place, Lanquidity. Cada uno, un documento de otro planeta.
Sun Ra no fue un músico más. Fue un profeta paranoico, un chamán tecnológico, un predicador con sintetizadores y poesía apocalíptica. Decía venir de Saturno. Tal vez era cierto.