Para leer … escuchando jazz

Albert Camus: El verdadero absurdo es no rendirse

Escucha esto: imagina que te despiertas una mañana, sales al mundo y todo —el tráfico, los anuncios, el tipo que te grita en la calle, incluso el café que no sabe como ayer— te parece… sin sentido. ¿Te suena familiar? Bien. Ahora imagina que no solo lo sientes: decides vivir a través de ello. No escapar. No anestesiarte. No volarte la cabeza. Ese tipo fue Albert Camus.

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Este escritor y filósofo nacido en Argelia en 1913 (sí, en plena Argelia colonial francesa) entendió algo muy crudo y muy real: el universo no nos debe nada. No tiene guión. No hay voz en off. No hay un Dios detrás del telón. Y eso, para la mayoría de la gente, es aterrador. Pero para Camus, ese vacío no era una condena. Era un desafío.

Camus no era tu típico filósofo de biblioteca polvorienta. Luchó en la resistencia francesa contra los nazis. Escribió novelas como El extranjero, donde el protagonista ni siquiera llora en el funeral de su madre, y eso basta para mandarlo al paredón. O La peste, que podría leerse como una pandemia literal, pero también como una metáfora brutal del sinsentido al que todos estamos expuestos. Camus era la clase de tipo que miraba el apocalipsis con los ojos abiertos.

Ahora, muchos quisieron etiquetarlo como existencialista. Sartre lo hizo. La academia lo hizo. Pero Camus los mandó al demonio. Él no creía que todo fuera absurdo y ya. Su rollo no era rendirse al vacío. Era levantarse en medio de él. En su ensayo El mito de Sísifo, toma al héroe condenado a empujar eternamente una roca montaña arriba… y lo declara feliz. Porque en su rebeldía, Sísifo es libre.

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Y aquí entra lo cabronamente importante: Camus no defendía el nihilismo. Lo entendía, pero no lo avalaba. Para él, si todo es absurdo, lo único que queda es crear tus propios valores. No porque te los dicte una iglesia, un partido, o un algoritmo. Sino porque tú decides que valen. No se trata de ganar. Se trata de resistir con dignidad. Camus te dice: si el universo está en silencio, que tu vida sea un grito.

Lo increíble es que no se volvió un moralista. Sabía que podías estar equivocado incluso cuando luchas por lo correcto. Por eso desconfiaba de los absolutismos. El comunismo, el dogma cristiano, la justicia sin libertad, la libertad sin justicia. Para él, toda causa debía medirse con el sufrimiento humano real, en el presente. No promesas para el futuro.

Y ahí está su legado. Camus murió joven, a los 46, en un accidente de coche. Pero dejó una filosofía que es más punk que muchos punks. No te dice qué creer. No te pide rezar. Te lanza una pregunta al pecho: ¿te atreves a vivir sabiendo que nada está garantizado?

Camus no quiso ser profeta, pero terminó siendo uno. No del absurdo, sino de la rebeldía con propósito. De la vida sin certezas, pero con coraje. Y eso, hermano, merece más respeto que mil sermones.

Albert CAMUS - Original photograph. November 1945.

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