Celebrar el arte a través de la música invita al encuentro con la obra de Miguel Covarrubias (México, 1904-1957), no solo por sus imágenes del Harlem y de aquellos músicos que conformaban orquestas, sino también por su valiosa aportación al mundo de la síntesis de la imagen. Sobre este gran artista se presenta una exposición imperdible en el Palacio de Iturbide, en la Ciudad de México. Al pasear por la exposición encontraremos algunos dibujos del ambiente del jazz, elaborados en ese preciso momento en el cual esta música se consagraba apenas en su segunda década. Este artista mexicano no solamente nos emociona con su trabajo de línea fina, sino que también nos transporta con parte de su obra a esos espacios en donde la piel negra se funde con el grafito de sus lápices.
Covarrubias, apodado “El Chamaco” por Diego Rivera, llegó a Nueva York a los dieciocho años e incursionó de inmediato en la esfera del arte, dejando un legado en el que podemos encontrar la atmósfera del jazz. Covarrubias igualmente se identificó con el arte prehispánico; es el autor de los dibujos del libro El pueblo del Sol, de Alfonso Caso. La Universidad de las Américas Puebla cuenta con un valioso archivo de su obra.
Thomas Wright Waller nació en Harlem en 1904. Su padre era pastor bautista. Su madre tocaba el órgano en la iglesia. Aprendió pronto a mover los dedos sobre las teclas. Aprendió el ritmo de los espirituales y la paciencia de…
Ver másEn el mundo del jazz, donde las notas parecen flotar como copas de champaña en una noche interminable, surge una figura cuya voz evoca tanto el misterio como la claridad de una luna reflejada en un río oscuro. Cécile McLorin…
Ver másDesde su publicación en 1995, Alta Fidelidad (Ed. Anagrama) de Nick Hornby no ha visto más que crecer su culto…
Leer másAsí se conocieron.
Otoño de 1974, Miami. Jaco, delgado, pelo largo, ropa desastrosa, atraviesa el Gusman Theatre como un fantasma de bajo eléctrico. Weather Report retrasado, Zawinul ocupado, la gran banda universitaria toca “Domingo” y “Amelia”. Jaco aparece entre cables y amplis, tropezando con la leyenda, proclamando que es el mejor bajista del mundo. Zawinul lo despacha, un codazo de periodista lo salva, genio loco del bajo.
Al día siguiente, demo en mano, cartas caligrafiadas como partituras de Mozart. Black Market espera, Alphonso Johnson se va, y Zawinul recuerda al chico audaz. “Oye, muchacho, ¿también tocas el bajo eléctrico?” La respuesta: música que respira, que canta, que derrite el Fender sin trastes.
En “Cannonball”, ternura pura; en “Barbary Coast”, trenes y vías de Florida retumbando en funk crujiente. Jaco no toca por tocar. Jaco toca para abrir agujeros en el tiempo, para que la música se filtre entre la piel y los huesos.
Toda palabra encima de otra ocasiona un palimpsesto, toda imagen también. La transparencia del trabajo de Max Huber (Suiza, 1919-1992) es un gran ejemplo de ello. Ahí está su virtud: crear ritmos visuales a partir de colocar textos e imágenes uno sobre otro. La fusión está en la cromática que entre ellos se genera y nos propone diferentes planos ópticos. Max Huber fue uno de los grandes diseñadores de la segunda posguerra, que desarrolló con gran maestría soluciones atípicas en aquellos años. Su lenguaje nos propone sonoridad, ritmo y textura, lo que ocasiona soluciones plásticas utilizando la construcción de la letra como medio de expresión gráfica. Las portadas de Jazz Time, publicación que apareció en los años cincuenta en Italia, son un testimonio del sello rítmico de su trabajo. Libertad e improvisación, como en el jazz, son un emblema de quien fue un apasionado de este género musical y de quien se dice cultivó una amistad con Louis Armstrong y Duke Ellington.
El “pequeño Max”, como lo llamaban sus amigos, consolidó su obra en Milán, Italia, combinando su tiempo como profesor de la afamada Scuola Politecnica de Design y de la Società Umanitaria; de esta última también fue profesor distinguido Albe Steiner.
Miles Jazz Club nace para que los amantes del jazz, los músicos y quienes gustan de este género musical, tengan un espacio en donde se puedan compartir artículos, música e información que permita preservar al jazz y lo que significa para quienes disfrutamos de este gran movimiento musical.”
Es por esto que nace la idea de hacer este club sin fines de lucro y al alcance de todo aquel que quiera integrarse a éste, para fomentar el compañerismo entre los artistas del jazz y que el público en general, pueda formar parte de este proyecto.
Bienvenidos todos al Miles Jazz Club.