La llama y mi música
Lo primero que recuerdo de mi infancia fue una llama, una llama azul que saltó de una estufa encendida, no sé quién la encendió. Quizás fui yo, mientras jugaba con ella. No lo recuerdo. Sin embargo, recuerdo el impacto del siseo de esa llama azul que saltaba del quemador, de su repentina aparición. Esto es lo último que recuerdo; todo lo anterior es solo niebla, misterio. Pero la llama de esa estufa es tan clara como la música en mi mente. Tenía tres años.
Miles Davis, con Quincy Troupe.
Miles. La autobiografía.
Montreal. 1925. Cuatro dedos golpeando un piano, un quinteto de fantasmas de Harlem flotando en la cabeza de un niño. Peterson. Nombre que retumba como metralla sobre teclas negras y blancas. Little Burgundy, barrio negro, calles que olían a carbón…
Ver másTerri Lyne Carrington, cuarenta años golpeando tambores como si el mundo estuviera a punto de colapsar y solo la percusión pudiera sostenerlo. Desde Massachusetts, a los diez años, ya era un fantasma en los estudios, el más joven con tarjeta…
Ver másLa pregunta no es ¿Por qué amamos a los Beatles? La pregunta es ¿Por qué siempre amaremos a The Beatles? …
Leer másHerman Leonard nació en 1923 en Allentown, Pensilvania, hijo de inmigrantes rumanos. Tenía nueve años cuando vio, por primera vez, una imagen nacer en la oscuridad: la emulsión plateada, el olor a químicos, el rostro revelándose como si viniera de un sueño. Desde entonces, supo que viviría detrás de una cámara.
Era un muchacho tímido, pero entendió pronto que una cámara podía abrirle las puertas del mundo. En Ohio University estudió fotografía, aunque la Segunda Guerra lo llevó a Birmania como anestesista —una ironía que solo la vida concede. Regresó con una mirada distinta, más paciente, como quien ha visto la sombra y ahora busca la luz.
En 1948 llegó a Nueva York. Se instaló en Greenwich Village, donde el humo de los clubes se mezclaba con el ritmo febril del jazz. Leonard no pedía dinero, solo permiso para entrar y mirar. Entre las penumbras de Birdland y The Royal Roost retrató a los dioses en pleno vuelo: Miles, Dizzy, Billie, Louis. Su lente era una confesión silenciosa.
Vivió en París, viajó con Marlon Brando, fotografió a Einstein y a Aznavour, pero su corazón permaneció en los clubes donde el tiempo se disolvía en un solo de trompeta. Cuando el huracán Katrina destruyó su casa en 2005, sobrevivieron sus negativos, resguardados como reliquias.
Hoy, sus fotografías duermen en el Smithsonian, donde el jazz respira en blanco y negro.
Se les dice imágenes antropomorfas, es decir que están construidas entre objetos y partes humanas y cuando hay soluciones entre lo humano y lo animal adquieren el mote de antrozoomorfas, con esos recursos Niklaus Troxler, figura destacada del diseño universal ha construido varios de los carteles para el Jazz Festival Willisau de Suiza. Diseñador gráfico y uno de los grandes promotores del jazz, Troxler dirigió varios años ese festival. De su libro Jazz Blvd. Niklaus Troxler Poster, editado por Lars Müller Publishers, tomamos esta imagen feroz que ilumina visualmente lo que define al jazz: improvisación pura sonoridad cromática. Germán Montalvo
Miércoles 3 de septiembre en Sibarita, el aire olía a vino y mesa de madera. Abel Quiroz dejó caer las primeras notas de “Blue Monk”, cada acorde pesado como una máquina oxidada encendiéndose. Aurelio Contreras sostuvo el pulso en el contrabajo, líneas profundas que parecían salir de un sótano inundado, mientras Lorenzo Luna soplaba el saxofón como si quisiera abrir un agujero en la pared.
El público, eran un montón de sombras repartidas, mirando en silencio, atrapado en el vaivén de esa música que parecía deslizarse por debajo de las mesas. Siguió “Darn That Dream”, sueño roto, casi un espejismo, el piano flotando como humo espeso.
Cerraron con “All the Things You Are”, pero no sonaba como un cierre, sino como un portal abierto: saxofón desgarrado, contrabajo golpeando el piso, piano insistente. Jazz vivo, inquieto, respirando aunque nadie lo controle. Un exorcismo breve, eléctrico, necesario.
Miles Jazz Club nace para que los amantes del jazz, los músicos y quienes gustan de este género musical, tengan un espacio en donde se puedan compartir artículos, música e información que permita preservar al jazz y lo que significa para quienes disfrutamos de este gran movimiento musical.”
Es por esto que nace la idea de hacer este club sin fines de lucro y al alcance de todo aquel que quiera integrarse a éste, para fomentar el compañerismo entre los artistas del jazz y que el público en general, pueda formar parte de este proyecto.
Bienvenidos todos al Miles Jazz Club.